sábado, 7 de março de 2020

Tres preguntas heroicas en la búsqueda de sentido

Tres preguntas heroicas en la búsqueda de sentido

   Los tiempos que corren están caracterizados por la falta de estructuras, por la instantaneidad, la ausencia de compromisos estables y duraderos, como diría el sociólogo Bauman, son tiempos de amores líquidos; estamos atravesando lo que llama la modernidad líquida.

   Reflexionando filosóficamente, el agua como elemento puede provenir del cielo brindando la posibilidad de nueva vida al caer sobre la tierra; puede encontrar un cauce y convertirse en río llegando al mar, o encontrar un lago en el camino.

   En todos los casos, el agua necesita de una dirección clara y precisa. Hoy, en épocas de liquidez, por esta carencia de estabilidades bien definidas, más nos parecemos a un charco de agua derramado sobre una mesa de espejo. Permanecemos sin forma concreta, estancos, confusos, indefinidos. Pues decir que como sociedad nos vamos transformando espontánea y aleatoriamente “hacia donde surja”, en realidad podría estar escondiendo que olvidamos hacia dónde ir, que en realidad lo desconocemos.

   Si nos remontamos a lo clásico, que se vuelve clásico por trascender el tiempo y acercarse a lo atemporal, las escuelas de filosofía entendían que uno de los principales roles del ser humano como tal, se encuentra en el desarrollo de la virtud; en la práctica de valores humanos y trascendentes.

   Por eso las grandes civilizaciones se focalizaron en aprender a convivir y desarrollar una cultura que hiciera las veces de escuela para aprender a vivir; un lugar donde uno pudiera experimentar y poner en práctica lo aprendido teóricamente, dotándolo de comprensión. Acercándose así al entendimiento de las leyes que regulan a la naturaleza, a la sociedad en su conjunto y a cada uno de sus individuos.

   Pero la convivencia demanda poner en práctica numerosas virtudes: tolerancia, humildad, respeto, paciencia, entre muchas otras. Y el desarrollo de la virtud es el punto que unifica a todos los filósofos y pensadores naturales de los que tengamos registro: Aristóteles, Buda, Confucio, Platón, Marco Aurelio, el Inca Pachacutec…

   La virtud, para ser desarrollada, requiere que uno emprenda una guerra de dos filos, uno externo y uno interno. Las batallas más duras se dan dentro de uno mismo contra los miedos y defectos; uno vencería en la medida que pueda poner en práctica, como resultado, conductas verdaderamente humanas hacia afuera. Poder poner en práctica las virtudes y aprender a convivir, sabiendo que cada uno de nosotros está en una batalla constante, de las que a veces salimos victorioso y a veces nos retorcemos tras la caída, demanda una actitud inegoista.

   En las mitologías de todos los pueblos existe un modelo ideal de ser humano, un arquetipo que les inspiraba representando el ejemplo a seguir: el símbolo del héroe. Así Herakles en Grecia, Hércules en Roma, Gilgamesh en Mesopotamia, Arjuna en India, el Rey Arturo en Europa, Frodo, Don Quijote…¿tal vez Besouro Cordão de Ouro?

   El héroe se caracterizaba por tener habilidades desarrolladas puestas en práctica para el bien de la comunidad en que vivían. Destruir a los monstruos, emprender largos viajes, derrocar tiranías, darle movimiento y sentido a la historia, eran logros de estos personajes, que nunca tenían al egoísmo como base. Las obras del héroe unificaban a los pueblos, aportaban a la convivencia y dotaban de identidad.

   Pero en estas épocas nebulosas, la inestabilidad con la que se atraviesan los días nos vuelve temerosos, y el miedo nos vuelve egoístas. A las inseguridades en vez de darles lucha, las tapamos muchas veces con el materialismo y todo tipo de consumos. Este círculo vicioso va calando más profundo en cada ciclo, y nuestras acciones en vez de ser en pos de valores humanos, son en pos del individualismo.

   Queremos tener más dinero, poder comprar más objetos, ser reconocidos todo el tiempo, tener la razón y darles satisfacción a todos nuestros impulsos, por más animales que sean. De esta manera nuestro foco se intensifica sobre nosotros mismos y nos aislamos del resto; tanta luz sobre uno incandila y desorienta. No sabemos bien qué queremos hacer de nuestra vida; no sabemos cómo huir de los problemas; poco conocemos nuestros defectos, y adquirimos un escaso conocimiento de nuestras habilidades.

   Afortunadamente, parafraseando a Platón, no hay persona tan cobarde que el amor no haga valiente y transforme en héroe. En estos momentos que nuestra identidad como pueblos también no es nebulosa, todo podemos convertirnos un poquito en héroes en nuestra vida cotidiana. Y una manera es hacernos preguntas, reflexionar y ponernos en acción.

   El ser humano desde su surgimiento como tal, tiene la capacidad de hacerse preguntas. En la búsqueda de soluciones prácticas para el día a día, al comenzar una actividad, o al emprender la aventura de realizar un sueño, hay tres preguntas que podemos hacernos y nos aportarán algo de luz ante las incertidumbres. ¿Qué?, ¿por qué? Y ¿Para qué? Se vuelven casi palabras mágicas.

  Preguntarnos qué estamos por hacer, nos focaliza y nos permite concentrarnos en una actividad, organizarla; nos hace saber que no estamos viviendo bajo la inercia, si no que estamos conduciendo -bien o mal- nuestra personalidad.

   También tendremos que descubrir por qué lo estamos por hacer. Esta segunda respuesta nos acerca a entender cuál es la necesidad; a dónde es necesario que yo actúe y en qué modo.

   Finalmente, el para qué, nos va a traer la respuesta a cuál es el fin de mis deseos. Esto nos puede recordar a las enseñanzas de los estoicos, cuando hablaban que el universo evoluciona a través de dos fuerzas: la necesidad y la finalidad. Todo ocurre porque es necesario que así sea, y todas las cosas buscan un mismo fin.

   Si el objetivo del ser humano es aprender a desarrollar las virtudes, claro está que nuestras acciones deben ir en esa dirección. Si lo que vamos a emprender está sustentado en deseos egoístas o está impulsado por nuestros miedos, seguro va a decantar en que nos separemos y alejemos de las personas. Si nuestros pensamientos, emociones y acciones se dirigen hacia la práctica de los valores humanos, es más probable que una mejor convivencia pueda alcanzarse. Si creemos en las palabras del filósofo Confucio: una sociedad será mejor, en la medida que cada uno de sus ciudadanos sea mejor. Y con mejor me refiero a ser coherente, íntegro, humano (y no una piedra, un vegetal o un animal).

   Ser conscientes de nuestros actos (y para eso pueden ayudar las preguntas), experimentar la vida, reflexionar sobre nuestras experiencias puede hacer que nos sintamos más seguros, más unidos a los demás y a la naturaleza. Saber responder a los qué, a los por qué y a los para qué, nos ayuda a despejar la niebla de la duda y a recobrar claridad, ya que “ningún viento le es favorable al barco que no sabe a qué puerto se dirige” comentaba Séneca por el siglo I de nuestra era. Rastrear el ¿qué?, el ¿por qué?, y el ¿para qué?, bucear buscando el sentido de las cosas, en estos tiempos puede convertirse en un acto heroico.

   Creo profundamente que podemos recuperar el sentido de orientación como sociedad, siempre que podamos recuperarlo en nosotros mismos. Sólo necesitamos voluntad para emprenderlo y continuarlo; amor para alimentarnos e inteligencia para concretarlo y superar las barreras que nos distancian a unos de otros.

Franco P. Soffietti



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